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Alguien dijo una vez que no había que poner puertas al campo pero... |
Parece increíble que después de tantos años sigamos hablando de
crisis en el periodismo. Aún así todo este tiempo no ha pasado en balde: Tenemos claro que lo que está en crisis es un modelo de periodismo, el que afecta a los medios tradicionales y de forma más específica a la prensa escrita. En el ojo del huracán de esta transformación tenemos la
digitalización que sigue haciendo de las suyas, dándole vueltas a todo y dejándolo casi todo patas arriba.
Mientras recorremos este camino hay algo que está cambiando y mucho, y es la
difuminación de fronteras y la
hibridación. Existe una mezcla entre información y publicidad, verdad o mentira, opinión con fundamento o habladuría. Se hacen falsos documentales y otros documentales se editan utilizando recursos que se solían utilizar en ficción. En medio de esta niebla el que gana la partida es aquel que consigue captar la atención del público y lanzar mensajes nítidos y bien definidos que
resulten creíbles y que a la vez
impacten emocionalmente a las audiencias. El
periodismo se concibe como un producto de marketing para lograr sobrevivir económicamente y por otro lado el sector del
marketing y la
publicidad está lleno de profesionales periodistas que, buscando una nueva oportunidad laboral, acaban produciendo y escribiendo historias para
spots que se empaquetan y se presentan como minidocumentales y cortometrajes.
Mientras se trabaja por encontrar nuevas maneras de contar historias reales que valgan la pena, nos encontramos en pleno proceso de mestizaje.
Una decena atrás el contenido publicitario y el contenido periodístico estaban bastante bien delimitados en los medios de comunicación. Si bien es cierto que desde las relaciones públicas se podía influenciar en lo que los periodistas llevaban a noticia, había un sistema conocido por todos que justificaba que la información periodística fuera tal. Del mismo modo, la profesión periodística se construyó en base a unos postulados popularmente conocidos, uno de ellos, quizá el más relevante, es la obligatoriedad de contrastar la información. Esto hacía que, por lo general, existieran unas
reglas del juego claras que permitían denunciar en caso que no se cumplieran. Hoy todo esto se está volviendo muy complejo, sobre todo para las personas que no trabajan en el sector de la comunicación.
Los
medios más conocidos, desesperados por tocar con los dedos la rentabilidad de antaño ya se permiten la licencia de publicar contenido de origen publicitario sin indicar que lo es. Los
nuevos medios digitales están luchando duro para hacerse un hueco en la rutina diaria de un nuevo usuario más joven que consulta la información desde sus teléfonos móviles, lo que les obliga a competir con mensajería instantánea o redes sociales. Y luego tenemos a los
blogs, unos clásicos ya, algunos han conseguido enorme influencia. Ahí cada blogger pone sus propias reglas del juego y eso aporta una grandísima complejidad al asunto. ¿Estará ese blogger pagado por alguna marca? ¿Cómo podemos saber que lo que cuenta es cierto?
Al fin nos encontramos con las personas, esas a quienes a veces los periodistas ponemos cara. Esas personas que cada vez consultan más información en Internet, una información cada vez más sesgada debido a que los algoritmos nos suelen mostrar aquello que más "nos gusta". Es ahí donde
el periodismo se hace marketing y busca sus nichos de mercado para conseguir audiencias fidelizadas que proporcionen
engagement. Pero, como medios, como periodistas, como bloggers, ¿
cuál es el nivel de honestidad que tenemos con ellas? ¿No estaremos dejando de lado la capacidad de revelar nuevas realidades a las personas, de sorprender, de acercar posturas? ¿De ponernos a un lado para que sean las historias las que hablen? ¿No estaremos contribuyendo de esta forma a los cada vez más altos niveles de sectarismo e intolerancia que hay en nuestra sociedad?