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13 de octubre de 2012

No me gusta cómo funciona este mundo

¿Paz y Pablo conseguirán disminuir la desigualdad de este mundo?  Foto de Miguel Rebollo

No, no me gusta cómo funciona hoy este mundo. Pero tampoco me gustaban muchas cosas del mundo que había antes de esta crisis. Cuando era pequeña a veces me visualizaba en una sala repleta de personas adultas, todas muy serias y trajeadas. Atravesaba un pasillo, todos miraban al frente mientras avanzaba, hasta que me colocaba delante de todas ellas y les decía:
"No les entiendo. Los niños no les entendemos. ¡Hay un montón de guerras en el mundo! Muchos niños están pasando hambre... ¿Por qué no acaban con todo esto de una vez?"
En esos tiempos sentía que los adultos necesitaban escuchar esas palabras para reaccionar. Creía que nadie más se daba cuenta de que todos esos problemas que veía cada día en TV se debían solucionar porque, sencillamente, nadie hacía nada. Y tenía esos pensamientos porque hasta la fecha siguen exhibiendo crudas imágenes, como si de un espectáculo se tratara, y a la vez, nos cuentan muy pocas historias de personas que luchan para cambiar estas situaciones de conflicto y desigualdad.

Aún hoy sigo esperando la respuesta a modo de acción de esas personas adultas que estaban ahí reunidas, en esas imágenes evocadas. Mientras, en las noticias de las 9 sigo viendo guerras, hambrunas y grandes desigualdades sociales y casi ningún gesto por parte de los mandamases encaminado a buscar una solución valiente y decidida.

En mi vida he aprendido que conocer ese tipo de situaciones de conflicto no necesariamente conlleva pasar a la acción para buscar soluciones. Es más: esas imágenes pueden llegar a inmunizarnos precisamente de sentir compasión por las personas que están sufriendo. Me he dado cuenta también de que no hay ningún discurso ni revelación lo suficientemente potente para que por sí solo consiga llevarnos a la idea de terminar con algo injusto. Es necesario que cada uno de nosotros nos lancemos a la experimentación y a la reflexión profunda para que ese discurso prenda finalmente la llama y se transforme en acción.

El bienestar del que he gozado durante toda mi vida por tener la fortuna de nacer y vivir en un país europeo ahora se tambalea. Mi generación nació en la comodidad y la prosperidad mientras en esa ventanita que nos abre el mundo nos mostraban la mala fortuna de la gran mayoría de personas que habían nacido en otros lugares. ¡Podríamos haber sido ellas! De hecho, nos podemos convertir en ellas en muy poco tiempo. Nadie hizo los deberes, nadie se empleó a fondo en suavizar las desigualdades y hoy tenemos más números de irnos nosotros al lado de los más desfavorecidos.

El presente y el futuro se nos plantean hoy más que nunca imprevisibles. Pero en muchos países existe una Internet libre donde uno puede ir a buscar distintas fuentes de información, compartir ideas y crear proyectos. Esto por si solo no cambiará nada, a menos que cada uno de nosotros vaya teniendo claras sus prioridades y se emplee a fondo en ellas.

Pueden jugar a las banderas, a las ideologías y a la confrontación para movilizarnos pero en el fondo nunca ha estado tan claro cuál es el problema: el mundo cada día es más desigual; la riqueza la acumulan cada vez menos personas. Pero la solución solo empieza por cada uno de nosotros. Así nos lo cuenta Andrés Schuschny en esta charla imprescindible:



Escribiendo este post me siento un poco como la niña que imaginaba que por decir algo, algo podría cambiar. Ya aprendí que es muy probable que no sea así. Pero si no lo decimos aún menos. Y si no actuamos, sí que nunca nada cambiará.
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