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Los que somos periodistas sabemos lo difícil que resulta hacer una entrevista y escuchar a tu entrevistado. Parece muy básico, por eso nadie te lo enseña, pero en realidad es la parte más complicada de una entrevista: Estar atenta a lo que dice tu interlocutor y a la vez mantener la capacidad de hacer "buenas preguntas". Por eso, las mejores entrevistas suelen ser aquellas que no se hacen en directo, se graban sin ninguna pretensión, puede que con intención de recuperarlas más tarde y seleccionar lo más importante. Por algo será que los periodistas de la "antigua escuela" prefieren el lápiz y el papel, el tiempo suficiente y un ambiente relajado para que salga lo mejor de ambos.
Hace algunos días participé en un taller de Alejandro Jodorowsky y me encontré en una situación parecida. Uno de los ejercicios del taller consistía en sentarse enfrente de un desconocido y contarle tu vida en un período determinado de tiempo que Jodorowsky iba marcando. Una persona contaba su vida y la otra debía limitarse a "sólo" escuchar. ¿Qué creéis que es más difícil? De entrada, así en frío, pensar en hacer un resumen de tu vida a a alguien que no conoces de nada se plantea como una misión pesadumbrosa: ¿Por dónde empiezo? ¿Qué destaco? ¿Dónde me detengo más?.... Pero lo cierto es que, sean 5 minutos o 2, una vez empiezas te das cuenta que todo va fluyendo y el discurso casi parece que te lleva de un acontecimiento a otro, casi sin esfuerzo. Me di cuenta una vez más que estamos muy bien dotados para contar historias, nadie se queda en blanco ahí, y más cuando se habla de uno mismo. Pero lo que más me llamó la atención de cuando yo contaba mis propias historias es que mis ganas y mi ímpetu cambiaban en función del interés que parecía mostrar mi interlocutor. Hubo uno de los tres que noté que desconectó ya en el minuto uno. Otra mujer parecía más interesada y me dio la sensación que escuchaba hasta el final. La última chica habló antes que yo y me di cuenta que teníamos vivencias parecidas, así que cuando me tocó a mi le conté experiencias parecidas a las suyas y fue la que más atención mostró.
Cuando me puse en el lugar de "escuchadora" sí que fue realmente complicado. El primer señor no escuchó las instrucciones del ejercicio y me contó durante 5 minutos los libros que se había leído de Jodorowsky. "Qué ironía -pensaba mientras él hablaba- estamos haciendo una práctica sobre hablar y escuchar y empieza sin enterarse de lo que tiene que hacer". Este pensamiento no me dejó tranquila en casi toda su intervención, así que poco oí realmente de lo que me contaba. Con las otras dos personas la experiencia mejoró y, como he dicho, hubo mejor escucha y habla con la que teníamos más pensamientos y vivencias en común.
Esta tarde, escuchando esta maravillosa canción de Jarabe de Palo después de muchísimos años, me vino a la mente la experiencia del taller y he constatado que la soledad es una auténtica epidemia (muchas personas de la sala terminaron abrazados llorando a hombros del hasta hace pocos minutos, "desconocido"). Solos, en una jauría de conversaciones insulsas que a veces parece que tocan el alma pero lo único que hacen es cubrir con más hielo lo importante. Pienso en lo poco que nos esforzamos en general por escuchar en cuerpo y alma a los que están cerca sobre todo cuando realmente lo necesitan. ¡Es tan simple...! Sólo escuchar, estar... Y al mismo tiempo complicadísimo. Por suerte, como cuenta esta canción, cuando ya todo parece perdido un amigo aparece y tan sólo con mirarte sabe lo que necesitas: Que alguien diga las palabras mágicas y todo se ponga de nuevo en su sitio.