Foto de Adriano Agulló |
Hubo un momento, que no viví, en el que las palomas decidieron medrar en la ciudad. Desde entonces, han sido distracción de pequeños y ancianos, odiadas por sus excrementos y su brbrbrbr. Para otros como Julius von Bismarck y Julian Charrière "es agradable convivir con ellas" y se han decidido a pintarlas de colores para enmascarar su plumaje gris, que creen no beneficia para nada a su imagen. Existen también grupos organizados como es el caso de Corazón de Paloma, para dar asistencia y cuidados a estos animales, que suelen cargar con la ira y desesperación de muchos ciudadanos.
No hay estudios científicos que lo demuestren, pero creo que no me equivocaría si afirmara que las palomas que forman parte del paisaje urbano son más odiadas que queridas.
Ahora os invito a cambiar esas palomas de ciudad por avestruces. Angelo Accardi hizo este ejercicio en varios lienzos y este es uno de ellos:
Grandes aves que se pasean tranquilamente por la ciudad, que ni se inmuta por su presencia. Se sienten cómodas en mitad de la calzada, como las palomas. Mostrándonos estas avestruces de ciudad Accardi logra construir un espejo delante del observador, que te hace identificarte con esas aves, todas de igual color y expresión facial, que se dirigen como autómatas hacia algún lugar, día tras día. ¿Somos nosotros avestruces de ciudad que vivimos abstraídos por nuestra rutina y metemos la cabeza bajo tierra ante la desigualdad social que nos rodea?
¿Somos avestruces que cargamos nuestras frustraciones y problemas sociales a las débiles palomas?
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